dimarts, 27 de febrer del 2007

Consideraciones democráticas

“Veritatis simplex oratio est”

El concepto democracia proviene (como todo el mundo sabe) de la fusión de dos palabras del griego antiguo: “Demos” que significa pueblo, país; y “Kratos” que significa poder, fuerza. Tradicionalmente, se define la democracia como “el poder del pueblo” Pero no es menos cierto que también puede definirse como “la fuerza de un país”

La condición “sine qua num” para que un país tenga democracia es que sus ciudadanos sean demócratas. Desde un punto de vista unipersonal, el demócrata es un librepensador que ejerce su pensamiento político de forma racional, sin caer en la tentación emocional (o visceral) que le pueda proponer un partido político para conseguir su voto. El demócrata desea efectuar una elección totalmente libre de aquella persona que le ha de representar. Ésta sería otra condición democrática fundamental: la diferenciación entre votante (listas cerradas) y elector (listas abiertas) El demócrata está en contra que su elección la haga un partido por él, que le sea impuesta esa elección (de forma endogámica y autocrática) y establecida por la ejecutiva de ese partido, mediante una lista cerrada y jerarquizada. Y ésta es la diferencia esencial entre una democracia y un régimen democrático. Puesto que, ¿a quién representa un partido político: a los ciudadanos o a sus dirigentes y militantes?

Un régimen democrático (listas cerradas) suele determinar la confrontación de ideas de forma monolítica entre los diferentes partidos políticos, y los ciudadanos siempre van o bien a la zaga o bien se convierten en comparsas o meros espectadores de la confrontación. Mientras que en democracia (listas abiertas) cada político, sea cual sea su partido, debe manifestar y defender, de forma individual, la representatividad de sus ideas ante sus electores. Al mismo tiempo, esta idiosincrasia favorece la libre circulación interna de ideas dentro de un partido; puesto que, el poder real no reside en la ejecutiva del partido, reside en la elección que efectúa el ciudadano y el compromiso adquirido por el político al ser elegido.

Una condición democrática esencial es la alternancia en el poder. El demócrata no sólo acepta esta condición sino que, además, la favorece; alternando su voto como regulación lógica que evite el enquistamiento autocrático, que siempre se produce cuando hay una permanencia en el poder demasiado prolongada.

Otra condición democrática básica, que estructura una democracia, es una ley de financiación de partidos políticos, que sea clara y diáfana como el agua. El elector (que no votante) tiene derecho a saber con qué y quién financia al partido político. Ese derecho se debe ejercer como elector y, también, se puede ejercer como consumidor. El ciudadano tiene pleno derecho a elegir el consumo de un producto, en función de una posible posición política que esté patrocinada por una empresa.

Por otro lado, sería conveniente refutar esa especie de “axioma democrático” que determina: “En un estado de derecho no hay nada por encima de la ley” ¡Craso error! Algunas cosas sí están por encima de la ley. Para empezar, la voluntad popular. Para continuar, la ética. Por tanto, ya va siendo hora que deslindemos lo que es legal (por ley) de lo que es legítimo (por ético) Así, por ejemplo, los resultados electorales de los estatutos de Catalunya y Andalucía son perfectamente legales, pero no son legítimos, al no tener el amparo de una mayoría de votantes. Y, llegados a este punto, entramos en la disquisición (siempre interesada) entre la mayoría simple, la mayoría absoluta, la mayoría de los dos tercios, etc. Demasiadas determinaciones para establecer el concepto “mayoría” que debería ser único.

Y se vuelve a establecer una diferencia entre democracia y régimen democrático. Cuando, por ejemplo, se obvia o se articula de forma social la abstención: “¿Elecciones el día de Todos los Santos...?” “¿Elecciones en domingo de carnaval...?” Ya va siendo hora que políticos y comentaristas políticos dejen de interpretar la abstención, según les conviene, y se dediquen a investigar y preguntar a la gente, al pueblo, por qué no va a votar. La abstención tiene muchas y variadas razones (ninguna de ellas social), pero todas estas razones tienen un denominador común “el castigo y censura a los políticos” Resulta lógico que, el ciudadano “encabronado”, le dé al político donde más le duele; es decir, la abstención. ¿Cuándo tendrán los políticos la suficiente humildad para admitirlo?

La gente está harta de demagogias, de mentiras, de promesas incumplidas, de manipulaciones y de enfrentamientos partidistas. La gente quiere políticos que sean gestores competentes, que administren correctamente los impuestos y que solucionen los problemas cotidianos que tiene el ciudadano. Política y Administración es un binomio que debería ser inseparable. Por ello, un Gobierno (municipal, autonómico, estatal) y una Administración (municipal, autonómica, estatal) deberían funcionar en estéreo. No se puede estar en perenne disociación entre la concepción social que tienen los políticos y la realidad cotidiana percibida por los ciudadanos. Como tampoco es aceptable la premisa paternalista que determina al político como un “profesional de la política”, mientras se relega al ciudadano como simple “aficionado”

En resumen, si los políticos (de forma incondicional) no ejercen y promocionan el concepto democrático de “el poder del pueblo”, que no se quejen cuando los ciudadanos, hartos, reniegan de ellos y se van pasando al segundo concepto democrático de “la fuerza de un país” Es decir, la sociedad civil.

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